Lo nuestro no puede continuar, Maripili.
Dicen que cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana. Estos últimos años no hemos podido ser felices, Maripili, lo sabes. Hemos estado ahogados, hemos pasado noches sin dormir. El negocio nos salió mal, el bar ya no es nuestro, lo de la casa todavía está por ver, y vivimos en números rojos, sin tranquilidad, sin paz, discutiendo todo el día, con esa losa de preocupación encima.
La decisión de poner el bar fue sobre todo mía, ya lo sé; tú me dejaste hacer, me apoyaste. Pero no sé... no puedo evitar echarte la culpa.
Tu hermana Loli no ayudó mucho. En realidad, ella fue la que más me calentó la cabeza, la que me animó a pedir prestado y poner el bar. Me explicó que yo era distinto, que tenía clase, que era la hostia. Y que si no quería ser un don nadie toda la vida, un pringao, tenía que dejar el trabajo y convertirme en un empresario de éxito, que es lo que hacen los hombres de verdad. En realidad, a mí contigo no me faltaba nada, es más: éramos felices. Pero es verdad que teníamos que trabajar y ahorrar para vivir, y me cansaba tanto esfuerzo y tanto sacrificio, y parecía buena idea aquello de conseguir que trabajaran por uno. Hoy puedo verlo, hasta los tontos sabían que sólo era otro bar más con ínfulas de algo que no tenía, y que iba a ser otro de esos que cierran antes de dos años. Pero tu hermana es... Es convincente, Maripili.
Después de aquello, empezamos a descubrir sus chanchullos. Nos sisaba dinero, nos contaba mentiras, decía que hacía un ingreso y no lo hacía... Esto también nos hizo encabronarnos, estar de mal humor, discutir. Tú ya me decías, una y mil veces, que no me fiase de ella, que era una liante. Y así se demostró. Pero aquel mal ambiente, aquel mal humor, fue destruyendo lo nuestro. En realidad, aunque hubiera visto varias veces cómo nos engañaba, ella se defendía diciendo que eran todo calumnias tuyas, que le tenías envidia desde pequeñas, que malmetías, que sembrabas cizaña. Y cuando, una y otra vez, descubríamos otro pastel, yo... no sé por qué, sentía más simpatía por tu hermana. Me parecía que era verdad que eras una envidiosa y la acusabas en falso, incluso cuando justo la pilláramos cerrando la caja registradora sin motivo aparente. Yo cada vez te aborrecía más, Maripili. Me daban ganas de coserte a hostias, como si la caja la hubieras abierto tú y no ella.
Tú seguías apoyándome en esos malos tiempos, te adaptabas, cedías, buscabas lo mejor para mí. Me reconvenías, intentabas enderezarme, pero si yo me ponía frenético, veías que ese no era el momento, y entonces intentabas razonar, me dabas tiempo, me dejabas decidir por mí mismo, me tratabas como a un adulto y no como a un hijo tonto. Y, Maripili, esta actitud tuya me ponía de los nervios. No lo soportaba. Me dirás que no es justo que te odie por ser respetuosa conmigo, hasta cuando no lo merezco; pero lo cierto es que me dan ganas de tirarte de los pelos. A lo mejor parte de la culpa es también de Loli, que siempre estaba rondando por el bar, y siempre tenía algún comentario venenoso hacia ti, acusándote de veleta, de floja, de indecisa, de tonta del culo. Haciendo parecer que si no eras cabezona y autoritaria era para confundirme, quizás aposta. Llegué a creer que me ponías los cuernos, o algo peor, y que tu comprensión y tu apoyo eran cortinas de humo para esconderlo. Sin embargo, Loli también dejaba caer que tú eras quien llevaba los pantalones allí, que eras una de esas mujeres posesivas, una dictadora, que yo era un pelele y me tenías acogotado y no me dejabas respirar. Es contradictorio, ya lo sé, pero me parecía que tenía razón en todo, en una cosa y en la contraria.
Tú la oías, pero en vez de echarla a la calle seguías lavando vasos, reponiendo bebida, ahorrando aquí y allá, ayudándome. No os peleábais, no querías darme más disgustos. Creías, Maripili, que el amor lo puede todo, y que las buenas maneras, a la larga, pesan más que la inquina. Seguías dándolo todo por el negocio, echando horas, y aceptando calladamente las insidias, porque esperabas contrarrestarlas: ella tenía palabras venenosas y fáciles, tú tendrías los hechos. Obras son amores. Y una mierda.
Con el tiempo nos dimos cuenta de que aquel local, que yo quería que fuera un local de diseño, con clase, para gente culta y amable, un sitio donde apeteciese estar, era en realidad un pozo sin fondo, un bar cutre de un barrio de tercera, frecuentado por la peor gente. Vandalismo, chulería, amenazas. Por si la estrechez de dinero fuera poco, vivíamos apesadumbrados por aquellos abusos, aquellos chantajes, aquel invitar a unos y otros porque era mejor no meterse en problemas. Nos limitábamos a borrar las pintadas, aguantar los insultos, recoger los escupitajos y, cada pocas semanas, cambiar las puertas del servicio, que destrozaban como juego.
Yo me resigné, pero tú no, Maripili. Tú te enfrentaste a unos, razonaste con otros. No sé qué hiciste, pero un día aquellas alimañas ya no vinieron más. No podía creérmelo. En la caja no levantábamos cabeza, pero al menos empezamos a vivir tranquilos. En aquel bar entró la luz. No más vejaciones, no más destrozos; un poco de dignidad por fin. Loli me dijo que no tenía mérito, que en realidad eras amiga de algunos, que te habías follado a otros, y que a otros les habías pagado. Que algún día volverían y les entregarías el bar. Que, aunque no lo pareciera, de hecho las cosas estaban mucho peor que antes. Así que acabé odiándote por aquello también.
Cuando pusieron un bar enfrente del nuestro, la clientela bajó a la mitad; aquello ya fue un desastre. Loli dijo que la culpa era tuya, que los clientes entraban en el otro bar porque eras mala cocinera. En realidad cocinas muy bien, aunque también es verdad que en casa, en los últimos tiempos, tienes que admitir que ya no me pones comida de calidad. A cuenta de ahorrar, de salir a flote, como dices, compras más barato, aprovechas todo, me has quitado el fútbol y la tele por cable, y en vez de jamón ibérico traes mortadela. Esto no fue lo que prometiste cuando nos casamos, Maripili.
Siempre fuiste una don nadie, Maripili. Tu costumbre de arrimar el hombro, de que fuéramos una piña, de que nos ayudáramos, de aguantar creyendo en nosotros mismos y en el negocio hasta que vinieran mejores tiempos, quizás hubiera acabado salvando el bar, no sé. Pero Loli dice que eso es una tontería. Que hay que afrontar las cosas, que el bar no es rentable, no es viable, que eso es para perdedores, que hay que hacer limpieza, soltar lastre y reconducir la situación. Por eso me decidí a dar un paso adelante, a meter a ese socio amigo suyo. Alguien con dinero, con visión, con contactos, un gran empresario que nos sacaría del atolladero. No tenemos que conservar negocios ruinosos, Maripili; hay que dejárselos a un buen gestor, y nosotros nos convertimos en usuarios, en asalariados. Soltar lastre, ya te lo he dicho.
Es verdad que ahora el bar no es nuestro, que trabajamos para el amigo de Loli, que lo que comemos nos lo descuenta del sueldo, que apenas nos llega para la hipoteca... pero Loli tiene razón, lo de la hipoteca ya es problema nuestro; el negocio va funcionando, no se puede negar (a él le va bastante bien). Y se ha ofrecido a quedarse él con la hipoteca, y así ya no deberemos casi nada. Perderemos lo que ya hemos pagado y se convertirá en nuestro casero, pero soltaremos lastre, que es de lo que se trata. ¿No es una maniobra moderna, una jugada maestra? Loli dice que es la decisión más inteligente.
Bueno, para qué seguir. Supongo que ves, Maripili, que me has hecho pasar por muchas cosas, que no puedo perdonarte, que me has decepcionado. No soporto que me dejaras hacer. No te perdono que Loli metiera la mano en la caja, y tampoco que me previnieras contra ello. No te perdono tu indecisión, tu tacto, pero tampoco tu autoritarismo feroz y dictatorial. Me escuece que nos libraras de los matones, te culpo del bar de enfrente, y de que ahorres para sacar el bar de los números rojos. Me saca de quicio tu empeño por conservar nuestro patrimonio.
No sé tú, pero yo necesito cambiar de vida. Ya te he perdonado demasiado. Me voy a ir con Loli. Por lo que he podido ver, creo que ella tiene la solución a mis problemas.