Hace unos días escribí sobre la importancia de las metáforas en ciencia, y casualmente acabo de empezar un libro de alguien con merecido prestigio como un maestro en ese arte: Richard P. Feynman.
El libro, Seis piezas fáciles, tiene varios prólogos, que de momento son lo único que he leído. Y en esos prólogos se habla precisamente sobre las metáforas (puede que vuelva a escribir sobre ello) pero también sobre las cualidades de Feynman como divulgador, como profesor.
Efectivamente, Feynman (premio Nobel por sus trabajos en electrodinámica cuántica) es una leyenda de la oratoria. Uno de esos personajes peculiares, inspiradores, que dejan huella allá por donde pasan. Somos privilegiados porque tenemos Internet, y podemos incluso ver algunas de sus clases. Huelga decir que siempre que Feynman hablaba la sala se llenaba hasta los topes y mucho más allá.
Una de sus obras de divulgación más famosas es sus Lecciones de física. En la Universidad de Caltech, donde trabajaba, alarmados por el desencanto que los dos primeros cursos de física generaban en sus alumnos, pidieron a Feynman que en vez de dar clases a doctorandos y posgraduados diera unas clases en primero y segundo. Sus Lecciones de física, reputadas como una obra maestra de la divulgación científica, no son más que una edición escrita de aquellas clases, en las que se supone que consiguió presentar la física sin utilizar matemáticas complejas, desde un nuevo punto de vista, desde el sentido común. (Seis piezas fáciles no es más que un extracto, a su vez, de las Lecciones).
¿Era Feynman tan buen profesor como dicen? Venga, tenemos un Premio Nobel, pero no un científico autista y huraño, sino un genio de la divulgación, un hombre inspirador, un prodigio de comunicación, de sentido del humor, un maestro de la metáfora y el sentido común, alguien famoso precisamente por saber explicarse como nadie. ¿Acaso no va a ser un profesor de primera?
Pues parece que no. O mejor dicho, no y sí. Y que no parezca que me permito mirar por encima del hombro (¡!) o juzgar a Feynman; sólo intento humildemente aprender de lo que él mismo (o gente muy cercana a él) decía. (Ya sé que yo soy un insecto al lado de este tipo; que no parezca que creo otra cosa, por favor.)
Por un lado, resulta que el número de alumnos matriculados de primero y segundo fue disminuyendo consistente y claramente a medida que avanzaban sus clases. Siempre tenía un montón de gente; pero en realidad era porque se iban sumando alumnos de cursos más avanzados, o colegas profesores (recordemos: Feynman siempre llenaba el local). Y parece que estos fueron los que aclararon sus ideas y sacaron más provecho que nadie.
Los prologuistas de Caltech dicen:
Feynman tenía sólo una vaga idea de lo que quería cubrir. Esto significaba que nadie sabía lo que Feynman iba a decir hasta que se pusiese delante del aula llena de estudiantes y lo dijera. Los profesores de Caltech que le ayudaban se las arreglarían entonces lo mejor que pudieran para tratar los detalles más mundanos, tales como hacer problemas para trabajar en casa.
"Los detalles más mundanos", dicen... Por su parte, el propio Feynman dijo:
El problema consistía en si podíamos o no hacer un curso que atrajese a los estudiantes más avanzados y con más interés, manteniendo su entusiasmo. [...]
Había una seria dificultad para dar estas lecciones: tal como se impartía el curso, no había ninguna realimentación desde los estudiantes al profesor [...]
Del segundo año no quedé tan satisfecho. En la primera parte del curso, que trataba de la electricidad y del magnetismo, yo no fui capaz de encontrar ninguna manera realmente única o diferente de explicarlo [...]
La cuestión, por supuesto, es saber si el experimento [las clases] tuvo éxito. Mi punto de vista [...] es pesimista. No creo que haya servido de mucho a los estudiantes. Cuando veo la forma en que la mayoría de ellos trataron los problemas en los exámenes, pienso que el sistema es un fracaso. Por supuesto, mis amigos me señalan que hubo una o dos docenas de estudiantes que -de forma muy sorprendente- comprendieron casi todo lo que había en las lecciones, y que se mostraron muy activos [...] Pero "el poder de la instrucción no suele ser muy eficaz excepto en los felices casos en que es casi superfluo" (Gibbon). [...]
Creo, no obstante, que la solución a este problema de la educación no es otra que darse cuenta de que la mejor enseñanza sólo puede hacerse cuando hay una relación individual directa entre un estudiante y un buen profesor [...] Es imposible aprender mucho asistiendo simplemente a una lección, o incluso haciendo simplemente los problemas que se proponen.
Fascinante.
Se deduce que Feynman no era, en lo que se refiere al oficio, un profesor fuera de lo común. Era un
showman genial y un investigador de primer orden, pero seamos serios: no tenía sus clases preparadas, tenía profesores ayudantes que diseñaban y hacían el trabajo de entrenamiento de los alumnos (es decir, las labores "más mundanas", es decir,
el verdadero trabajo de profesor), no consiguió mantener a sus alumnos en clase... y tampoco que hiciesen buenos exámenes.
Y eso que trabajaba en Caltech,
una universidad que hoy (y supongo que entonces) cuenta con menos de 1.000 alumnos, una tasa de admisión del 17% y una matrícula de más de 27.000$. Si eso no son alumnos motivados, sólo nos falta secuestrar a sus familias o aplicarles electroshocks. No obstante, Feynman pedía a gritos
relación individual directa entre estudiante y profesor como la única manera de enseñar adecuadamente. (Y eso que tenía un Nobel y era una leyenda por su manera de explicarse...)
Pero sí creo que Feynman era un buen profesor en el sentido de que tenía cualidades importantes: tenía sentido crítico sobre la docencia, era consciente de sus limitaciones. Habla de la realimentación, sabe que el experimento (contra lo que digan todos sus aduladores) no funcionó... Sólo dio clase en primero y segundo durante un par de cursos; si hubiera dedicado veinte, seguramente habría acabado siendo alguien absolutamente excepcional. Pero con esfuerzo continuado, con ensayo y error; ni siendo Premio Nobel la docencia se vuelve fácil. En esto, Feynman partía casi de cero, como todo el mundo.
Me llamó mucho la atención la cita de Gibbon; la busqué, y efectivamente pertenece a
The Decline and Fall of the Roman Empire (que es de esas cosas que uno tiene pendientes de leer algún día). Habla concretamente de Comodo, cuya crueldad y aberración no pudo evitar su padre dándole una esmerada formación. Feynman y yo parecemos estar de acuerdo en una cosa: una vez se le proporcionan unos recursos mínimos, el alumno es con diferencia lo más importante en su propio éxito o fracaso. Los veinte fulanos más motivados de Caltech van a aprender física, sí o sí; sólo necesitan una chispa. Un Premio Nobel no es mala chispa, pero en la explosión la chispa tampoco tiene tanto mérito, y Feynman lo sabía.
Por cierto, en una Universidad que conozco (donde la tasa de admisión de alumnos viene a ser el 100% y el coste de matrícula es menos de la décima parte que en Caltech) Richard Feynman habría sido llamado a consultas al Vicerrectorado para que explicase por qué sus alumnos suspendían y por qué dejaban de ir a clase. Le habrían echado la culpa, y le habrían pedido que propusiese medidas para mejorar esas cifras, medidas cuyo coste fuera cero para la Universidad. Si hubiera propuesto grupos más pequeños, le habrían contestado por escrito que se dejara de zarandajas e hiciera propuestas
a coste cero.