Old folks
Curiosa mezcla, curiosa inversión de términos: quiero hablar de música, pero tengo que empezar hablando de televisión.
Es sabido que ese invento maravilloso tiene la capacidad de abrir ventanas al mundo o a las cloacas. Esa tensión se mantiene desde hace mucho, y una de las batallas más notables fue quizás Jazz entre amigos.
Aquel programa, en la entonces segunda cadena (hoy La 2), era televisión de primera. Permitía a los espectadores (esos adultos libres para elegir) disfrutar de la cultura con mayúsculas, de la música probablemente más relevante del siglo XX, de actuaciones irrepetibles que hasta poco antes sólo podían presenciar los privilegiados que viviesen en alguna que otra gran ciudad. Huelga decir que pese a ser una obra excelente, Jazz entre amigos no tenía el respeto de los programadores (ambas cosas suelen ir en correlación). Se emitía de madrugada, con insufribles zarandeos y cambios de programación (hay costumbres que vienen de antiguo). Se emitió (dicen) desde el 3 de octubre de 1984 hasta el 18 de septiembre de 1991, y dignificó la televisión española más de 350 veces, poniendo en antena a alguien (Juan Claudio Cifuentes) a quien merecía la pena escuchar.
Yo no era un seguidor fiel de Jazz entre amigos (era difícil, además, con tanta mudanza horaria), pero me lo encontraba algunas noches y miraba con interés aquellos seres tan peculiares tocar su música. Y casualmente estaba viendo la televisión aquel 18 de septiembre de 1991. Yo no sabía que aquel era el último programa, Cifu lo dijo y sin más despidió aquella hermosa historia de 7 años poniéndonos una actuación. La última.
Y entonces vi esta interpretación histórica de Ben Webster (saxo tenor) y Teddy Wilson (piano) tocando Old Folks, dicen que en mayo de 1970, dicen que en la sala Clamores de Madrid (esto no lo creo, ya que al parecer se fundó en 1979). Y tuve que emocionarme viendo su cara de sapo, viendo cómo exponía sus entrañas en la plaza pública. Notando cómo suspiraba cada nota. Viendo, finalmente, cómo le caían las lágrimas de la cara. Preguntándome qué podía estar pasando por la cabeza de aquel hombre. Porque lo que le pasaba por el corazón era totalmente diáfano y transparente: nos lo estaba contando con el aliento.
Siempre he recordado aquella actuación. Hace muy poco he leído que momentos antes de subir al escenario informaron a Webster de la muerte de su amigo el saxofonista Johnny Hodges, que tocó con Duke Ellington durante 38 años. Ya sabemos lo que había en su cabeza.
Si esto no le pone a uno un nudo en la garganta, no merece la pena que escuche música.