Nos convencieron de que sus postulados eran incontestables, de que sabían lo que hacían, de que había que dejarlos a ellos, porque los demás no tenemos ni idea.
De que papá estado corrupto, inoperante y opresor; de que la heroica iniciativa privada generadora de riqueza y libertad; de que la ciudadanía, de que la economía. De que lo adulto era hacerles caso, creer en sus reglas sacrosantas.
De que éramos un milagro, de que prosperábamos, y de que prosperábamos gracias a ellos, precisamente; que lo suyo era lo moderno, lo eficiente, lo inteligente, aunque no hubiera quien lo entendiera. De que todos los peros eran simplemente niñerías. Nos hicieron creernos sus matemáticas. "¿Rentable, o no?"
Y entonces se descubrió el pastel. Se les vino abajo el tenderete.
Supimos que todo el milagro era una puta estafa piramidal de las de toda la vida: la ganancia rápida, que no puede funcionar indefinidamente, porque se basa precisamente en que no puede funcionar indefinidamente, y si pudiera funcionar indefinidamente no funcionaría al principio. A eso habíamos fiado todos nuestros recursos, nuestras haciendas, nuestro modo de vida, la paz mundial. Todas nuestras vidas, empeñadas a cambio de mierda hueca.
Supimos que ni las agencias de calificación de riesgos, ni los bancos, ni los preestigiosos diarios económicos, ni los brokers, ni las aseguradoras, ni los empresarios, ni nadie, tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo. Que todo era un simple teatro del malo. Que cuatro sumas y cuatro restas, y un poco de sentido común, habrían bastado para desmontar toda aquella jodida patraña. Diez mil piezas de dominó perfectamente alineadas a un centímetro una de otra, y no les llamó la atención el patrón; sólo veían una nube de piezas. No supieron ver qué iba a pasar cuando cayera la primera.
Y entonces nos indignamos, y nos dimos cuenta de que nos habían tomado el pelo, de que habíamos puesto de conductores a quienes no tenían carnet, que no sabían más que tú o que yo sobre absolutamente nada. Que de hecho sabían mucho menos, y la única diferencia era que ellos no tenían escrúpulos y les importaba un cojón de mico todo lo que no fuera ellos mismos aquí y ahora.
Y no sólo eso. Supimos que el desaguisado lo íbamos a arreglar los que nos lo creímos todo. Que tendría que intervenir... exacto, papá estado. Que los beneficios habían sido privados, pero las pérdidas iban a ser públicas. Y nada de aquello encajaba con sus bonitas teorías; de hecho, era exactamente lo opuesto a sus teorías. Pero se encogieron de hombros; no tenían ninguna solución. Los listos de toda la vida no tenían ninguna solución. "¿Y las teorías, entonces?" "Bien, gracias".
Y nos cabreamos más todavía, y nos indignamos, y nos juramos que no nos iban a engañar otra vez. Que aquellos mentecatos, ignorantes, avariciosos hijos de puta no iban a volver a gozar de la credibilidad que les habíamos concedido. Que no iban a contarnos más milongas, porque antes les íbamos a escupir en la cara y decirles: "Mira, payaso, quítate de enmedio mientras recojo toda la mierda que has tirado. No quiero volver a verte por aquí. Lárgate con tus peroratas económicas, que no son más que seudociencia, y déjame hacer mi trabajo, y vivir de él, del de verdad, y no de tus ideas de estafador y mercachifle." Se cayó la unión soviética, y ahora hemos visto que vosotros también tenéis pies de barro.
Y pensamos que nunca otra burbuja, nunca otra estafa piramidal, nunca dejar que pasaran por encima de nuestro sentido común. Que ayudarse tiene más lógica que competir pisando al de al lado, que lo rentable sólo es rentable si de verdad lo es al final del partido y no al descanso del primer cuarto, que no se crean cosas de la nada, que lo que gastas por un lado tienes que reponerlo por otro, que a veces hay que repartir, que a veces hay que poner límites. Sí, por arriba también. Van a cambiar las cosas. Mucho. Hasta aquí hemos llegado. Nunca más os vamos a dar la espalda.
La lección había sido dura. Pero era el momento. Nadie tuvo huevos a pinchar la burbuja y decir que el rey estaba desnudo. Pero ahora que ya lo sabíamos, y ahora que la burbuja se había pinchado sola, había que hacer el gran saneamiento. Lo primero, capear el temporal en lo posible todos juntos, y después empezar de nuevo, pero esta vez despacio, esta vez de verdad, esta vez sin teatro, sin decorados de cartón piedra, sin milagros, sin prestidigitación, sin prisas inútiles; sólo con realidad, de esa aburrida que se conquista sudando todos los días, sin gomina. Esta vez había que hacer las cuentas con seriedad. Había que dedicarse a otras cosas, invertir en formación, dar una generación de plazo para tener un país diferente, que supiera hacer muchas cosas diferentes y reales, que regulara lo que hay que regular, que cortara las alas a los buitres. Había que afrontar quién somos de verdad, asumir como adultos las malas noticias sobre ello, echar un vistazo al camino que realmente nos quedaba por recorrer, y empezar a recorrerlo, y recuperar terreno, no a zancadas, que las botas de siete leguas no funcionan, sino un centímetro en cada paso, a base de muchos pasos, que es el final de la carrera el que importa. Ser humildes para poder ser grandes, porque el que no es humilde nunca va a ser grande, y antes o después se le cae la careta.
Pero resulta que ya se nos ha olvidado. Todo. Volvemos a ser sus esclavos.
Ya se nos olvidó el cabreo, ya se nos olvidó quién está en deuda con nosotros, quién es el malo y quién está vetado en nuestra casa. Y también se nos olvidó quién ha sostenido como ha podido (mejor o peor) el chiringuito para que no se fuera todo a la mierda, sino sólo el ochenta por ciento de todo. ¿Salir de la crisis? Hay unos que aguantaron algo de chorreo el primer año, lo cual quizás resultó ligeramente incómodo durante un tiempo, y ahora ya hemos soltado esa presa y mordemos otra. Esos ya salieron de la crisis hace un año o dos. Sin rasguños. No es que conservaran el imperio, es que ni siquiera llegaron, en ningún momento, a perder dinero. Ahora, ya, ni les molestamos con malas caras; las guardamos para otros.
Volvemos a juzgar a los gobiernos por los resultados a cuatro días, y no a largo plazo; volvemos a tener prisa, volvemos a aceptar como dogma de fe exactamente los mismos indicadores económicos, a regirnos por las mismas ideas que nos llevaron a la mierda. Volvemos a rezarle a la biblia del puto Financial Times, ese que hace sólo dos o tres años ni vio venir todo un tren de mercancías que venía a atropellarnos ni acertaba a explicarse cómo podía haber un tren allí, si no había raíles ni nada. Pedimos una reforma laboral, como si unas reglas de contratación pudiesen ocultar y contrarrestar nuestra falta de principios o de actitud. Pedimos un pacto de estado, como si lo que se dicen entre sí dos docenas de badulaques fuera a convertir en realidad lo que imaginamos pero no tenemos, o influir en el reparto del pastel.
A lo que aspiramos es a volver cuanto antes al mismo sitio, exactamente al mismo, del que nos caímos. Y en el siguiente ciclo, claro, la hostia será igual o mayor. Seguramente mayor. En vez de limpiar los escombros de lo que no sirvió, y empezar de nuevo con otros materiales, hemos hecho un pedido de más de lo mismo, y con lo mismo estamos construyendo encima de aquellos escombros. Nos da igual que hagan muy mala base, y que la siguiente sacudida pueda hacer más daño todavía.
Volvemos a estar en sus manos. Y es exactamente lo que nos merecemos.