Día Internacional de Lucha contra la Violencia de Género
Hoy, al parecer, es el día internacional de la lucha contra la violencia de género [sic].
No acepto, bajo ningún concepto, el acoso y la violencia que sufren algunas, muchas, demasiadas mujeres. Lo aborrezco, lo detesto, me hierve la sangre.
Me hierve la sangre, seguramente, casi tanto como a uno de esos maltratadores. Y por eso hay que tomarse estas cosas con un poco de frialdad.
Entiendo muchas de las cosas que pasan en el mundo, aunque me resulten aborrecibles y espeluznantes. Puedo ser capaz de entender a un pederasta; el impulso sexual es algo poderoso, y uno puede extrapolar el impulso normal a ese ámbito inconcebible, y entender lo que pasa. Puedo entender a un torturador, su desahogo animal, su ansia de dominación, sus mecanismos de defensa mental basándose en la obediencia, la autoridad, el mal menor o el servicio a la patria. Puedo entender a un ladrón, a un cleptómano, incluso a un vándalo de estos que rompen cristales por diversión. No sé, puedo comprender el funcionamiento de muchas cosas que me resultan ajenas, odiosas o injustificables, igual que comprendo el funcionamiento de una central nuclear aunque sea un detractor convencido de su uso.
El maltrato conyugal no. No consigo ni siquiera entenderlo. No sé cómo funciona, no concibo qué mecanismos intervienen para que una de estas alimañas persiga hasta el fin del mundo a una mujer que se ha ido, que ha dicho que no.
Quiero erradicarlo. Quiero que se haga lo que se pueda. Pero hay cosas que no se pueden hacer, por mucho que queramos. Igual que estoy contra la pena de muerte y la tortura en toda circunstancia, por más que (¡seguro!) en ciertos casos pudiera querer aplicarla yo mismo personalmente.
Me parece insólito que un gobierno se plantee convertir el mero procesamiento en sentencia. Me parecería inadmisible que lo propusiera un ministro de Justicia, pero peor aún que algo tan importante que sacude los fundamentos del Estado de Derecho lo proponga una ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad.
Me parece mal que no se pueda ni siquiera hablar de las denuncias falsas, o de los abusos que algunas mujeres pueden cometer (y, de hecho, cometen) pervirtiendo las leyes que les dan determinada fuerza.
Me parece mal que alguien que está en la ruina y no se sostiene económicamente pueda estar obligado, sin más, a facilitar en todo caso una pensión, porque se juegue la cárcel.
Me parece mal que un hombre, por el hecho de serlo, sepa que tiene las de perder en todo lo referente a sus hijos.
Me parece mal que los observatorios de la igualdad y similares no protesten enérgicamente cuando una campaña publicitaria dibuja a los hombres como estúpidos que no saben poner una lavadora.
Me parece mal que estén bien vistos los chistes en los que las mujeres se mofan de los hombres.
Me parece mal que haya hombres tan idiotas como para decir "las mujeres son mucho más inteligentes / fuertes / adaptables / capaces / loquesea que los hombres". Me parece mal también que no se proteste ante esas afirmaciones sexistas.
Me parece mal que haya que demostrar constantemente una especie de pureza de sangre respecto a la opinión que uno tiene de las mujeres, cuando lo que de verdad importa y tiene efecto es que, simplemente, le dé igual si una persona es hombre, mujer o cualquier otra cosa intermedia o inclusiva.
Y me parece mal, por cierto, que una buena parte del feminismo haya decidido atentar contra las reglas elementales de la gramática, alterando el uso normal del género neutro, por un lado (el/la los/as, ya saben), y llamando "género", por otro, a lo que no lo es.
Esa es mi aportación a la lucha contra la violencia de género [sic].
Porque lo demás son obviedades sobre las que no creo que merezca la pena comentar gran cosa, y me limito a comportarme como creo que debo.