Texto en español Paracuellos

Hace ya unos meses que supe que iba a salir una edición "de bolsillo" de la serie Paracuellos, del dibujante español de cómics Carlos Giménez. Y decidí que iba a comprarla, con toda seguridad. Y así lo hice. Todos los libros de Paracuellos reunidos en uno solo, por 18 míseros euros. Eso sí, en formato "apaisado", A5 (dos tiras por página).

Paracuellos narra las vivencias de Carlos Giménez, y otros conocidos suyos, en los hogares (así los llamaban) de Auxilio Social, unos hospicios franquistas de la posguerra española. Donde se educaba a esos niños a base de hostias, de los dos tipos. Es decir: en la religión, en el miedo, en las privaciones, en la disciplina militar. Carlos Giménez pasó allí desde los 6 a los 13 años; fue niño allí. Parece mentira que sobreviviera en su sano juicio. Muchas veces pienso qué puede ser de un niño como este de aquí al lado si le cae en suerte crecer en los años 1.940 en uno de estos hogares. Francamente, no puedo imaginarlo.

Mucha gente leerá hoy esos tebeos y pensará (querrá pensar) que es todo exageración. Rechazará creer lo que aparece en ellos: por (absurdos, estúpidos) motivos políticos, o para evitar la desagradable verdad. Rechazará creer que el cura director del colegio fuese el inventor de la bofetada a dos manos (que tiene la ventaja de no tirar al niño al suelo, que así puede recibir otra), o que aquellos niños pasaran tanta hambre ("¿Qué comes?" "Una ciruela" "Me pido lo pocho" "Ya está pedido"), o que sufrieran tales abusos. Pero creo que hay que dejarse de incredulidades. No ya porque Paracuellos esté escrito y dibujado con toda el alma, no porque Giménez tenga cintas de las entrevistas con antiguos compañeros de Auxilio Social.

Sobre todo, porque Paracuellos lo ha escrito y dibujado uno de aquellos niños del hospicio. Uno de aquellos niños raquíticos. De aquellos con ojos enormes, con cabezas rapadas. Con aquellas orejas que sólo sabe dibujar Giménez. Y los niños no mienten. Esos niños no. No sobre esto.

Hay quien dice que Paracuellos es una obra maestra del cómic. No hace falta ser un experto para darse cuenta de que no es un cómic más. No es una pura sucesión de desgracias lacrimógenas; eso sería un culebrón, no una obra maestra. Paracuellos es un montón de retazos de infancia pura, en la que cualquier niño puede reconocerse. Aterra pensar qué puede sentir un niño de seis años obligado a sobrevivir en un sitio como ese, rodeado de gente como esa, e intentando ser niño a pesar de todo, y entender un mundo tan incomprensible y tan cruel. Esos pantalones cortos, esas sotanas, esas alpargatas. Esos mendrugos de pan. Ese patio, y esos muros. Y ese otro niño que en la última viñeta mira hacia arriba, no al cielo (que le ha ayudado más bien poco), sino a los pájaros.

Sí, esto tiene que ser una obra maestra. Pocas veces he gastado mejor el dinero. Y he vuelto a comprobar otra vez, sin duda posible, que el cómic es un género artístico de primer orden, una de esas cosas que están sucediendo a la vez delante de nuestras narices pero a nuestras espaldas, mientras prestamos atención a otras cosas que nunca nos tocarán el corazón ni perdurarán. Como se decía en algún foro, dentro de unos años (si la educación sigue mereciendo la pena), los trabajos de Giménez se estudiarán en las escuelas.

Se ha escrito ya mucho sobre Paracuellos: el dibujo, el ritmo, los guiones. Todo lo que yo pueda decir ya está dicho. Basta ver:

Con C de arte. Algunas páginas y comentarios.

Otra reseña muy completa, con ejemplos (no hay que perderse la "galería").

Entrevista a Giménez en El Mundo.

Artículos sobre Paracuellos en el sitio oficial de Carlos Giménez.

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