Jóvenes e idiotas
Cuando la conocí, los dos éramos jóvenes e idiotas.
Si cierro los ojos, puedo verla perfectamente, tantos años después. ¿Tantos?
No era una mujer memorable. No era sofisticada. No había adornos. Todo en ella era del montón. Bajita, menuda, delgada, muy frágil. Toda ojos, aquellos ojos castaños. Aquel pelo liso y negro, aquella nariz. Siempre con ropa de trapero, siempre con pendientes de quincalla. O nada. Con la cara lavada; yo creo que nunca supo siquiera pintarse. Es difícil decir si apetecía más defenderla, abrigarla o, por dios, comprarle un bocadillo.
Y la guitarra no podía ser más. Una guitarra barata, un palo con cuerdas. Como ella misma, pensándolo bien.
No se sabe si era cuestión de actitud, o de no tener un duro. Cuando no tienes un duro, y sabes que no vas a tenerlo pronto, tu actitud es la simplicidad. Y eres titiritero, o hippie, o étnico, o perroflauta, o como se llame en ese momento.
Éramos jóvenes, éramos idiotas, éramos pobres, y éramos simples.
Ella cogía aquel palo con cuerdas, y de las suyas propias sacaba la voz, que también era del montón -una vulgar voz de catequista, afinada y poco más-, y cantaba canciones sencillas, con los cuatro acordes que sabe todo el mundo. Y le cantaba al amor, o al desamor, o a la paz, o a la incomprensión, o a la rabia. Lo mismo que todos los jóvenes idiotas en todo el mundo. Menudo aburrimiento.
Y sin embargo, entonces pasaba algo.
Y tantos años después sigue pasando.
Todo el que estaba delante se quedaba en vilo. Y delante solía haber muchedumbres, cada vez mayores. Y hoy soy muchedumbre, y la veo, y aún siento escalofríos y me quedo mudo sin saber explicar por qué.
Éramos poca cosa, éramos jóvenes, éramos idiotas, éramos simples, y no teníamos ni idea. Ni idea de nada. Y ella... Ella, en particular, no tenía ni un cuarto de hostia.
Pero con tan poco, con aquella voz de catequista y aquella guitarra de palo, y con otras cosas igualmente absurdas, fuimos capaces de parar algunos tanques. Pocos, no todos. Y pusimos en algunos aprietos a algunos hijos de la gran puta. Bueno, se salieron con la suya, siempre lo hacen, pero les pusimos delante un espejo para que vieran lo que eran, aunque no lo mirasen. Tuvieron que tomarse la molestia de encarcelarnos, o multarnos, o hacernos callar. No les cuesta nada, es su oficio, pero les hicimos mostrarse como son. Y lo hicimos sin mancharnos las manos de sangre, y sin cambiar la quincalla por joyas de verdad. Y sin dejar de ser idiotas. Sólo hemos dejado de ser jóvenes. Quizás no.
4 comentarios:
No conozco a tu homenajeada.
:)
El post es nostálgico,rotundo,poético...precioso.
Y si,me temo que hemos dejado de ser jóvenes (en algunas cosas,en otras ¡¡¡nunca en la vida,así vayamos con el cayau!!!)
Está bastante irreconocible, por eso me gusta ese vídeo :-) Es Joan Baez, la reina de la canción protesta, ex-churri de Bob Dylan...
En realidad yo nunca fui fan de una ni de otro, y además son de una generación anterior a la mía, la cosa no es autobiográfica. Pero hoy en día se echa en falta gente así, la verdad.
May you staaaaaaaayyyyy fooooooooreeveer yoooung!!!!
¡¡¡Pues hay que ser fan de Dylan puñeta!!!
Aunque cante como una rata...;-)
Juanjo
Tío, pues descojónate, pero también me acorde de ti el otro día en Bruselas (¡!) porque en más de un escaparate vi una caja gansa que trae tooooodos los discos de Bob Dylan en vinilo. No me acuerdo de cuánto costaba, una pasta, pero pensé: "este es el tipo de cosas raras que igual le gustan a Za". Pero bueno, como tampoco estaba seguro del todo, no me arriesgué a regalártelo XD
Publicar un comentario