Texto en español Cosas de pollos

El perro dormía plácidamente, con la oreja vuelta del revés. Era sólo un cachorro. No entendía el cristal, no entendía los recortes de papel en el suelo. No entendía la gente que pasaba, se paraba a mirarle y ponía muecas extrañas, parecidas al hambre.

Pero le daba igual. Un cachorro no necesita entender mucho. Sólo olfatear, aprender, mear y cagar. Había aprendido unas cuantas cosas en aquellos días. Por ejemplo, que en la jaula de debajo había conejos. Los había visto al llegar. Parecían comestibles. Y soñó cosas de cachorros. Por ejemplo, que mordisqueaba un conejo mientras este ponía caras de sorpresa, como las de la gente que pasaba. Por ejemplo.

El pollo de goma no. El pollo intentaba dormir, pero se pasó toda la noche en vela.

Aquello no era lo que había imaginado.

Un pollo de goma no suele tener grandes expectativas. Contaba con andar rodando de mano en mano en algún carnaval, como parte de algún disfraz incomprensible, y quizás acabar, en medio de la jarana, siendo encestado por accidente en algún balcón de un piso bajo. O puede que en una despedida de soltero, colgado de la corbata del borracho más patético del grupo.

Pero en cualquier caso, todo aquello era un destino razonable para un pollo de goma. Al menos nadie se preguntaría por qué estaba allí. No desentonaría, ni siquiera en la escena más absurda. Probablemente, incluso, fuera la estrella de la fiesta durante muchos momentos; probablemente tuviera su minuto de gloria. Hay que hacerlo muy mal para no ser gracioso si tienes un pollo de goma en la mano; los pollos de goma, por inertes que sean, tienen algo que hace que los humanos se descojonen. Con un pollo real no siempre pasa eso, pero con uno de goma, tieso y bamboleante a la vez, sí.

Sin embargo, ¿qué hacía él en el escaparate de una tienda de animales? Es de suponer que lo hubieran fabricado como juguete para perros, no para solteros, y podría hacerse cargo de su posición en el jardín de un notario, al lado de la caseta de un pastor alemán; que un perro enorme te muerda para ejercitar las mandíbulas no es mucho peor que que un borracho te use para... lo que sea. Pero... ¿ese cachorro? ¡Por favor! ¡Si prácticamente era más pequeño que él! ¡Si en una pelea podría haberlo cosido a picotazos! ¿Quién iba a creérselo? Estaba totalmente fuera de lugar. Y mira que es difícil para un pollo estar fuera de lugar.



El pollo se habría revuelto, inquieto, si pudiera moverse. Más que un perro y su juguete, parecían una extraña pareja de animales zoofílicos. Compartiendo lecho de aquella manera, entre tiras de periódico que recordaban las sábanas revueltas de un motel, y con los neones del centro comercial reflejándose en el cristal del escaparate... Él con la cara sonrojada y el perro con las orejas revueltas...

Lo que había ocurrido allí aquella tarde lo tenía confuso, confuso al modo de un pollo de goma.

Y no, no podía conciliar el sueño.

1 comentario:

Niña hechicera dijo...

En fin,hasta los pollos de goma tienen sentimientos...además en ese marco incomparable de periferia de Manhattan,motel de sábanas arrugadas y aderezadas con neón sólo falta la banda sonora de Cowboy de Medianoche pa aderezar la inoportunidad y el fuera de contexto..
Aún así,me parece que la historia tiene algo más de creíble que la danza de los 18 idiotas esos del Kentucky Fried Chicken....¿?¿?¿!!

Mu güeno,nin ;)