Bestiario del humo: El henerozzo
El henerozzo es un ser que, de la que habla contigo y saca una cajetilla de tabaco para encender un pitillo, te ofrece por si quieres fumar.
Desde bien niños, los henerozzos criados en sociedad aprenden, por lo general, a controlar una imperiosa necesidad corporal, cual es la expulsión de gases intestinales conocida como pedo. Esto es así porque tal expulsión resulta notablemente desagradable al olfato de sus semejantes, por lo que cuando están en presencia de estos procuran evitarla, por mucho que les cueste hacerlo (es un acto voluntario, que requiere el uso de músculos y se opone a lo que las terminaciones nerviosas del intestino solicitan insistentemente al cerebro). En el caso peor, abandonan momentáneamente la reunión y buscan un lugar adecuado.
También a corta edad, sin embargo, contraen una necesidad nueva, esta vez elegida y no innata ni corporal, que es iniciar una combustión y respirar una pequeña parte del humo producido en ella. El henerozzo pronto ve anulada su capacidad de raciocinio o de control en todo lo que atañe a esa combustión. Sus habilidades sociales se ven supeditadas a ella. Para empezar, no es capaz de relacionarse con otros aficionados si la combustión no está presente. (Esta curiosa asociación entre la relación social y la combustión ha llevado al consumo, de hecho, y también a la muerte, a muchas personas. Una muerte ni nás ni menos solitaria que la media, por cierto, y tras una vida probablemente más corta y menos placentera. Pero de estas cosas hablaremos otro día.)
Cuando el henerozzo se encuentra con otras personas, de las que no sabe si también practican la combustión y el consumo de humo, y le asalta la necesidad de consumir, lo coherente con sus nociones de urbanidad sería controlar esa necesidad y posponerla para mejor ocasión, igual que otras mencionadas arriba. Por una parte, porque si los presentes no consumen humo es probable que les resulte molesto, quizá más que un pedo. Por otra parte, porque aun cuando lo consuman el henerozzo sabe que ese humo es altamente perjudicial, por lo que no parece educado iniciar la ronda. Pero ya hemos dicho que pierde el control.
La única forma que el henerozzo encuentra de conciliar esa fea necesidad (elegida por él) con la presencia de otras personas es un gesto que siente como una redención.
Ofrece tabaco.
No es un gesto fácil de mecanizar. Debe ser algo casual, cotidiano, que pase desapercibido casi, a ser posible alzando las cejas en actitud invitadora. El henerozzo es una buena persona; si tuviera juanolas envenenadas con mercurio, no las ofrecería. Lo que pasa es que probablemente tampoco las consumiría. Y eso que consumir juanolas envenenadas con mercurio a ningún tercero perjudica, y no rompe ninguna regla de urbanidad. Pero esta es, claro está, una de las contradicciones y faltas de control asociadas a su adicción.
Como no quiere reprimirse, ofrece tabaco. Y con eso ya ha obtenido su salvoconducto. Ya se siente legitimado para iniciar la combustión, porque se siente amable. Va a invadir los pulmones de los presentes con una sustancia bastante más molesta que la mayoría de los pedos e infinitamente más nociva, pero al fin y al cabo te ha invitado a unirte a él, no ha sido egoísta, se ha mostrado dispuesto a perder dinero para estrechar lazos contigo mediante su ritual de ignición. Tú puedes aceptar o declinar con una sonrisa resignada su ofrecimiento, pero en cualquier caso ya formas parte del juego. Te ha ofrecido un regalo envenenado... dos veces envenenado.
Tú podrías hacer algo, claro está. En vez de decir con una sonrisilla "no, gracias", podrías decir con gesto extrañado: "Pero... ¿vas a... fumar?" (Algo así como "pero, ¿de verdad vas a tirarte un pedo, aquí y ahora?") Lo que ocurre es que entonces, en ese delicado juego de urbanidad, el maleducado serías tú. Habrías contestado a un ofrecimiento con un desaire. Más aún: al ofrecer con esa instintiva facilidad (ese gesto, amigos, ese gesto es mucho más sutil de lo que parece) otorga una normalidad tácita a ese hecho. Lo que él hace, probablemente mientras habla con despreocupación, encaja en el fluir del tiempo, no llama la atención; lo que sería llamativo y rupturista sería poner cualquier cortapisa a tan automático movimiento. De hecho, al ofrecer tabaco no te dice "¿Puedo fumar?" Te dice "Voy a fumar, ¿quieres tú también?" El ritual ya ha empezado, ya te saca tres cuerpos de ventaja. Él ya está fumando, ya ha dado el primer paso. Así que poner obstáculos al proceso resulta aún más desabrido. Ya no puedes prevenir, sólo interrumpir. Y si lo haces, al dejarlo a él en evidencia te dejarás a ti mismo aún más. Tú serás un ser cruel, indiferente, egoísta, prepotente. Le habrás cortado el rollo.
Él, claro, no lo sabe, no es consciente de todo esto ni actúa con maldad; ya hemos dicho que es buena gente. Todo este tira y afloja es instintivo, como todas las negaciones, los autoengaños y las supersticiones neuróticas que dan de comer a los psicoanalistas argentinos. Pero ha conciliado la próxima realización de un acto agresivo y repugnante con la educación, el buen trato y el entendimiento entre los pueblos. Esa cajetilla es una bandera blanca. Es como "Oye, ¡tirémonos un pedo!", y antes de que puedas decir nada: "raaaaaac". Si no te lo has tirado, si no has participado, es porque no has querido. Ha socializado su excreción.
Así que cuando con esa elegancia cinematográfica y sofisticada enciende el cigarillo, tú sólo puedes decirle: "No, gracias, henerozzo".
3 comentarios:
Enhorabuena por el artículo. Me parece muy logrado. Deberían leerlo todas estas personas tan majas, tan sociales, tan educadas, tan encantadoras que con una sonrisa y una eventual apelación a la "tolerancia" nos inducen cada día una pequeña dosis de cáncer de pulmón.
Ellas, estas personas, naturalmente, ni se plantean ser tolerantes con aquellos que necesitamos aire no-nicotinado.
El paralelismo que haces con el pedo no puede ser más oportuno, aunque a la vez subraya el poder del refrendo social (tabaco) y del interdicto social (pedo), en este caso invertidos en cuanto a la gravedad de los efectos.
Por ir a un contexto más neutro, por más insólito, yo he llegado a plantearme la idea de lanzar bombas fétidas, a la vista de todos, en uno de esos corros en los que participan desaprensivos (fumadores-no-solitarios, esto es, envenenadores), asegurando que el olor de la bomba fétida me satisface, me tranquiliza, me templa... y que, en consecuencia, espero de su reconocida tolerancia, de su bondad, de su vieja amistad, que sean indulgentes con mi peculiar e inofensiva inclinación.
Saludos cordiales.
Me ha gustado el artículo :)
Realmente lo de "más vale pedir perdón que pedir permiso" es algo que suele pasar desapercibido.
Parece que la "costumbre" de fumar es algo de lo que cuesta olvidarse. Incluso para los no-fumadores, que lo ven normal.
Massai: Gracias por tus palabras. Efectivamente, en este terreno hay muchos "mundos-al-revés"... por eso espero que me dé material para el blog durante bastante tiempo :-)
Respecto a la bomba fétida, no te contentes con tirarla en un corro o reunión. Tírala en un restaurante.
Pero bueno, ya sabemos que no es una cuestión racional. Razón, no tienen ninguna. Eso sí, me apetece hablar del asunto así, sin cabreos (que de eso ya hay bastante). Sin más pretensiones que largar el rollo. Y que cada cual saque sus conclusiones.
Miguel: gracias también a ti. La postura de los no-fumadores es la peor... y me incluyo. Yo soy de los que han armado algún que otro taco y rellenado hojas de reclamaciones, tengo casi fama de belicoso, pero me doy cuenta de que sigue habiendo montones de ocasiones en que cedo yo (insisto: el henerozzo, y muchas otras especies que espero visitar, son buena gente, ¡lo digo de verdad!, y da pena enemistarse) Así que espero volver a hablar de esa cuestión.
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