Texto en español Te invito

Creo que fue José Luis Coll el que definió el asesinato como "una falta de educación exagerada". Y en algún relato de ciencia ficción que desgraciadamente no recuerdo se describía cómo la civilización marciana estaba esclavizada por unas normas de protocolo social tan complejas, estrictas e importantes que su violación era considerada una verdadera catástrofe, pudiendo causar muertes o incidentes diplomáticos de enorme trascendencia.

Al hilo de un artículo de Abe he estado pensando en algunas de nuestras convenciones sociales. En particular, en un fenómeno fascinante: lo que yo llamo las discusiones por amabilidad.

Existen normas sociales que nos empujan a simpatizar con nuestros semejantes y procurar su bienestar. Más allá del bienestar real que podamos generar, estas normas tienen también un efecto visible en sí mismas, por lo que simbolizan de reconocimiento, afecto o respeto, y más que nada por lo que supuestamente benefician nuestra imagen ante los demás. Pero con frecuencia este aspecto ritual, al igual que ocurre con casi todas las liturgias, acaba eclipsando lo que en ellas hay de relevante. El significante supera -con mucho- al significado.

Todos hemos visto la típica discusión de bar en la que dos amigos llegan prácticamente a las manos por ver quién paga (porque los dos quieren pagar). Y recordamos en Camp David a Ehud Barak y Yaser Arafat luchando amigablemente por hacer que el otro cruzara la puerta primero. O vemos cómo un individuo (generalmente de edad provecta) que cruzaba un paso de peatones hace pasar primero al coche que ya se detuvo para cederle el paso en cumplimiento de las normas de tráfico. Sí, todo son ejemplos de urbanidad y buenas intenciones... pero los amigos del bar, o a Barak y Arafat, a mí me recuerdan a dos felinos jugando a pelearse. Es de broma... y no tanto. En cuanto al señor del paso de cebra, es una maniobra peligrosísima, porque él no quiere pasar, pero quizás otros peatones sí vayan a hacerlo, y está dando paso a un coche que puede atropellarlos (coche que, además, ya ha parado y no le beneficia en nada que lo dejen pasar; más bien, ha parado para nada).

En parejas o grupos de amigos pueden darse muchas otras discusiones por amabilidad. Dado que son, quizás, las más absurdas discusiones que pueden darse, yo diría que:


  • Es de buena educación ceder el paso. Pero si aquel al que invito a pasar me lo cede a mí, el protocolo termina ahí: paso yo inmediata y eficientemente, y doy las gracias con una gran sonrisa.

  • Con frecuencia, intento invitar. Pero si otro me toma la delantera, y me invita, lo acepto y le doy las gracias con una gran sonrisa.

  • Procuro no atosigar a nadie. La peor falta de educación es, quizá, hablar o decidir por otra persona. Puedo hacer algo para asegurarme de que mi invitado expresará lo que quiere, pero nunca decidirlo por él. Por ejemplo, les pongo comida delante y me como el primer trozo para que no les dé reparo empezar, pero si no comen nada, pues ya es cosa suya.

    • Esto evitaría otra variación de las discusiones por amabilidad, típica sobre todo en ambientes familiares o rurales: la huelga de hambre inversa, o muerte por sobrealimentación. Suele sobrevenir después de un "Maruja, ponles algo de empanada aquí a los chiquillos". "No, no, si acabamos de comer, y son... ¿¡las cuatro y media!?". Da igual, no hay forma de evitar la deglución.


  • Y respecto a las invitaciones o regalos, una máxima fundamental: un regalo es un acto unilateral y asimétrico por naturaleza. Si regalas para que te lo devuelvan, eres estúpido y no deberían devolverte nada. Si regalas por el placer de regalar, no hace falta que te devuelvan nada.

  • Como corolario del anterior, cuando a uno le regalan algo, la mejor muestra de educación es aceptarlo y -si es posible- disfrutarlo y agradecerlo con humildad. Eso es lo que busca el que lo regala, y lo mejor que podemos hacer por él. Devolver el regalo es, muchas veces, una manera de arruinarlo y contrariar la intención del que regala. Es de mala educación:


    • Mostrar fastidio por el hecho de que te regalen algo.

    • Empeñarse en que no te lo mereces, no vales, no eres bueno. Coño, que no te hago el regalo para que me lleves la contraria. Hay que ver, resulta que la gente te aprecia, te quiere agasajar, qué desgracia, ¿eh? Pues te jodes como Herodes. (No sé si se aprecia lo bastante la ironía...)

    • Intentar contrarrestar la deuda. Si te hago un regalo, no estás en deuda conmigo; pero de todas formas, si lo estuvieras, ese tipo de deudas no se cobran, compensan ni contabilizan. Son lazos, son vínculos, son lo que nos mantiene amigos. A ese tipo de vínculo se le ha dado el nombre de gratitud. Si yo debo dinero a alguien debería devolvérselo, pero si le debo gratitud, lo mejor que puedo hacer es debérsela siempre y estar orgulloso de ello, no esforzarme en cortar ese vínculo para poder seguir cada uno por su lado... Simplemente, puede que un día me entren ganas de hacerle yo un regalo. Pero como estado de ánimo, provocado por los antecedentes y partiendo de cero en ese momento, y no a fin de tachar ninguna casilla pendiente.

    • Evidentemente, un exceso injustificado de agasajamientos continuos no habría por qué aceptarlo, y ahí el agasajador estaría entrando en el cliché que hemos expuesto arriba. Pero como ejemplo, leer un PFC... es ocasión propicia para aceptar todos los homenajes habidos y por haber, y llevar puesta una sonrisa bobalicona durante un mes seguido. Qué menos...




Y soltar demasiado rollo es de mala educación, así que mejor me corto aquí. Que ya me vale. Los de blogger van a tener que empezar a cobrarme.

2 comentarios:

darioa dijo...

Pongamos casos prácticos. Si me regalan un libro y ya lo tengo o ya lo leí, ¿cómo debería proceder? :-)

No digo nada, digo lo que hay...

Guti dijo...

Bueno, lo primero que quiero aclarar es que el artículo es "mi ideología", pero de hecho me repatea la gente que pontifica sobre normas de protocolo (Josemi Rodríguez Sieiro y similares) y me repatea el protocolo mismo, en lo que vaya más allá de la mera utilidad práctica.

Dicho esto, querido amigo, vamos con el supuesto. Si el libro ya lo tengo, yo diría algo como: "Tío, te lo agradezco mucho, me has acertado con el gusto porque este libro me encanta. Tanto es así que... (cara de "lo siento") mecagüendiez, ya lo tengo. ¿Se podrá cambiar?"

Si el libro lo leí pero no lo tengo, depende. Si me gustó, ya no haría falta más; seguro que me lo quedaría por su valor sentimental. "¡Ah!, qué guay, lo leí hace mucho y me encantó. Ahora te fastidias y me lo dedicas :-)" Tendría que ser un libro que me repateó especialmente (por ejemplo, "Opus Dei: controversia y camino", de Ricardo de la Cierva) para decir algo similar al caso de un libro repetido.

No estoy a favor de la hipocresía (si me regalan un jersey que no me entra... no me entra :-) ) sino sólo de dar un cierto valor a las cosas regaladas por el mero hecho de ser un regalo, y también de tener un poco de tacto, nada más.