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Contra lo que pudiera parecer, no soy el mejor ejemplo de una persona tradicional. Creo tener una mentalidad relativamente abierta; sobre todo, porque intento practicar sistemáticamente el ejercicio de poner en tela de juicio lo que veo en los demás y en mí mismo, intentando despojarlo de la fuerza de la tradición y sometiéndolo a un análisis científico. Por eso a veces, cuando se me pregunta mi opinión sobre algo, necesito pensarlo.

Sin embargo, esa misma asepsia relativista también puede ponerse en tela de juicio. Hagámoslo.

Hay cosas que parecen pertenecer a la más rancia tradición, y que de hecho han sido utilizadas como arma arrojadiza para dominar o censurar a otras personas. Afortunadamente (hasta cierto punto), las hemos ido dejando de lado en nuestras argumentaciones. Pero mi (por otra parte escasa) experiencia me ha llevado a admitir que no cabe rechazarlas por puro prejuicio. Que necesitamos ser críticos y abiertos, pero también tener un centro de gravedad (ya lo decía Battiato). Así que voy a ser humilde, y voy a admitir que hay cosas viejas que merece la pena tener en cuenta.

  • La bondad. No sé cuándo fue la última vez que oí decir como un halago que alguien era bueno. Sin referirse a una habilidad o trabajo, claro está.
  • El trabajo honrado. Personalmente cada vez admiro menos el dinero o lo que se llama a veces éxito profesional, y más el trabajo hecho con intención de hacerlo bien (sea cual sea). El hombre que arregla los paraguas y zapatos en mi calle me merece realmente mayor admiración que el presidente del Real Madrid.
  • La educación. Una de las cosas más importantes que una persona puede hacer es aprender. Antes se admiraba a quien sabía mucho. Es cierto que no es, ni de lejos, lo más importante de una persona. Sin embargo, hoy en día casi parece que es más gracioso y simpático ser un lerdo. Y tampoco es eso.
  • La buena educación. Nuevamente, una cosa rancia donde las haya. Odio particularmente el protocolo, los aspavientos gratuitos y los ceremoniales inútiles en la vida cotidiana. Sin embargo, hay un punto de buena educación que hay que encontrar; el que viene dictado por la mera simpatía humana.
  • La templanza. Los pocos afortunados del planeta tenemos a nuestro alcance multitud de fuentes de disfrute. No soy partidario en absoluto de la privación por la privación, ni de autoflagelarse en ningún grado. Soy partidario de disfrutar de aquello que la vida nos ofrece. Pero, señores, siento decirlo: sí, el abuso existe. Hay quien durante siglos ha querido que suframos y pidamos perdón por ser lo que somos, y eso nunca debería ocurrir. Pero dejarse llevar sin límites es lo que otros poderes quieren que hagamos; y deberíamos tener la lucidez de evitarlo. Simplemente, de ser conscientes del riesgo.

Qué poco moderno. Pero no puedo negar que creo que es acertado.

Otro día, más.

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