Ser adulto
¿Qué es ser adulto?
Me parece que en gran medida es afrontar la realidad y asumirla.
Creo que estar vivo es jugar un juego. Es como si uno despertara en medio de un estadio de béisbol, o de rugby, o de cualquier otro deporte que no entienda. Uno no sabe por qué está ahí, ni quién lo ha metido en el lío ni para qué, pero no le queda más remedio que integrarse en esa batalla, intentar desentrañar las reglas suficientes para que no le echen la bronca. Y correr. Correr mucho. La coreografía de un juego siempre es ridícula si uno lo piensa; por eso no hay que darle muchas vueltas. Pero muchas veces no somos capaces de abstraernos, y necesitamos engaños para huir de la situación.
Cuando no soportamos desconocer por qué estamos ahí jugando, nos inventamos la religión y actuamos como si quien nos puso ahí fuese conocido. Y eso nos tranquiliza, como a un niño su amigo imaginario. Cuando no soportamos la idea de que somos unos pésimos novatos, que están aprendiendo a duras penas qué hay que hacer con ese absurdo balón oblongo, nos volvemos falsos, hipócritas, mentirosos. Hacemos como si supiéramos, o peor aún, nos apresuramos a señalar y regañar a otros jugadores, para desviar la atención de nuestros propios patinazos. Esto también saben hacerlo los niños.
Quizás la cuestión más importante sea el final del partido; no sabemos cuándo terminará ni qué va a pasar después (aunque, en vista de que no tenemos recuerdos anteriores al juego, hay como poco una hipótesis obvia). Eso del final sí que nos aterroriza, y nos inventamos también la religión (que sirve para eludir todo tipo de cuestiones), o buscamos llamar la atención y dejar huella, o intentamos ganar mucha pasta, o tenemos hijos, o nos inyectamos bótox. Este infantilismo es más de mayores, porque los niños suelen creer que la muerte está muy lejos.
Mucha gente teme que, si no hubiese nada después del partido, tampoco habría razón para respetar a nuestros compañeros de juego, y empezaríamos a romper piernas y morder orejas. O quizás no habría razón para jugar, y nos sentaríamos en un rincón sin hacer nada. Como si no mereciera la pena empezar las vacaciones por el hecho de saber que van a terminar. Como si el juego, aun absurdo, no fuese algo grande. Hablamos a los niños de los reyes magos (y hasta los telediarios tienen mucho cuidado de respetar la pantomina) como si unos tipejos que se teletransportan fueran algo más maravilloso y más valioso que tener unos padres que te hacen un regalo. Como si la realidad, dolorosa, injusta, compleja, incontrolable, no fuera un espectáculo fascinante. Como si una mujer no pudiera ser hermosa sin una careta de silicona y tres kilos de maquillaje en las tetas, o al revés, que para el caso da lo mismo.
Creo que ser adulto es darse cuenta de que somos poca cosa, de que no tenemos ni puta idea de qué hacemos aquí ni para qué sirve una persona, de que no sabemos cómo se vive, de que sólo nos conceden un intento, de que no saber algo no es una tragedia sino algo natural, de que pasan cosas que no sabemos interpretar pero pasan, y de que vamos a morir. Darse cuenta de todo esto, y asumirlo, y estar en paz con la idea. Ser adulto es tener el sentido del humor que hace falta para verse de repente en pantalones cortos en un partido del Mundial, rodeado de los all blacks, y sin entender nada, seguirles el rollo con todo el estilo que da la torpeza. Agarrarse a sus piernas, intentar quitarles el balón, y jugar al rugby, pésimamente, pero al rugby (y eso implica juego duro pero, ante todo, limpio).
Y ser adulto implica, también, darse cuenta de que estar vivo en esas condiciones no implica ser indolente, ni malo, ni depresivo, ni nihilista. Implica simplemente... jugar con toda el alma. No hace falta más. Asúmelo: estás en un sitio absurdo, con reglas incomprensibles. Es lo que hay.
Es difícil entender el rugby, y muy difícil jugarlo bien, y no hay ninguna garantía de conseguir ninguna de las dos cosas. Pero estar todo el rato pensando en después del partido, o en el público que te mira, o en todas esas cosas (como las apariencias) que no tienen mucho que ver con el rugby sí que es una garantía de que vas a hacerlo rematadamente mal. Pitar el final es trabajo del árbitro; que se joda y que sea él quien ande pendiente del reloj. No es asunto tuyo.
No sé exactamente qué es un moll ni qué coño hace un talonador. Pero tengo un consejo: corre hacia adelante y pásala hacia atrás. De eso saldrán errores, pero también alguna buena jugada. Seguro.
Yo lo intento. No es que lo consiga, pero intentarlo es todo lo que podemos hacer. Porque somos poca cosa, y vamos a morir.
Al menos, que sea con la satisfacción de haber tirado al suelo a alguno de esos maoríes cabrones.
5 comentarios:
Lo mejor del juego es disfrutar del aprendizaje,sin duda.
un post cojonudo,como la vida misma.
¿tas en racha o qué?
La mayoría de los días me levanto agilipollao, y no pienso en nada. No es la primera vez que tengo reconocimiento y debo ir en ayunas y me acuerdo al acabar de desayunar...
Y hay algunos días que me levanto agilipollao, y pienso en cosas existenciales.
Vamos, agilipollao siempre. Pero ayer me levanté pensando en esas cosas... Menos mal que no me pongo trascendental a menudo...
Ah, y respecto al aprendizaje... no puedo estár más de acuerdo. Un día mi mujer me dijo, con la mayor sencillez del mundo: "Tamos aquí pa dos cosas, pa aprender y pa ayudar a los demás". Toma ya. En toa la boca.
Punto pelota. Hace mucho que no necesito más respuestas.
Qué buen post, me ha encantado. :)
Gracias, hoy me he levantado pensando en eso de ser adulto, y me preguntaba ¿ya soy adulta? tengo obligaciones, soy independiente, tomo mis propias decisiones... pero realmente lo soy??? Creo que en estos momentos estoy en “el banquillo” y veo a los demás jugar el partido. Voy a tener que meterme en el juego.
Me ha gustado tu analogía, Gracias, me has alegrado el día.
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