Texto en español Fiesta en la Cabaña

En junio de 1911 la expedición del Terra Nova dirigida por Robert Falcon Scott estaba en la Antártida, en la isla de Ross, esperando en una cabaña a que llegase el verano austral para emprender diversas expediciones, entre ellas la que llevaría a Scott, Oates, Bowers, Wilson y Evans a alcanzar el Polo Sur en segundo lugar para no volver jamás. Estamos hablando de una veintena de hombres: científicos, militares, marineros. Hombres de acción, preparados para las peores penalidades, curtidos en guerras y en tempestades, que han visto cosas que la mayoría de la gente no alcanza siquiera a imaginarse. Scott ya ha estado cerca del polo y ha vuelto de milagro. Lawrence "Titus" Oates es un hombre taciturno, duro, que en el desesperado viaje de vuelta del Polo abandonará su tienda para perderse en la tempestad e intentar inútilmente facilitar la supervivencia de sus compañeros (Warcry escribieron sobre él la canción Capitán Lawrence). Scott había estado ya a poco más de 800 km del polo (latitud 82°17'S) en otra expedición cuyo viaje de vuelta casi acaba con Ernest Shackleton. Herbert Ponting es el fotógrafo de la expedición, alguien que constantemente pone en grave peligro su vida para obtener una simple foto. Anton es un ruso que cuida a los ponis manchures que han traído en el barco; un tipo bajo, extraordinariamente fuerte, que había sido contratado sólo para acompañar a los ponis de Siberia a Nueva Zelanda, pero luego continuó el viaje, en opinión de Cherry-Garrard sin tener ni idea de dónde se metía. Desconocía que en el sur fuera de noche durante meses, así como muchos de los fenómenos que vio allí.

No parecen hombres fáciles de impresionar.

Y este tipo de gente, el 22 de junio, celebra la noche del solsticio de invierno. Apsley Cherry-Garrard lo cuenta así en su libro El peor viaje del mundo.


Dentro de la cabaña reina el jolgorio. Estamos muy animados, pero ¿por qué no íbamos a estarlo? Esta noche el sol da la vuelta para regresar con nosotros, y sólo hay un día como este al año.

Después de cenar hemos pronunciado unas palabras. Sin embargo, Bowers, en lugar de hablar, ha aparecido con un maravilloso árbol de Navidad hecho con bambús partidos y un bastón de esquiar; en las puntas de las ramas ha atado unas plumas y también velas, golosinas, frutas en conserva y unos juguetes realmente absurdos que eran suyos. A Titus le han dado tres cosas que le han complacido enormemente: una esponja, un silbato y una pistola de juguete que se disparaba al apretarle la culata. Luego se ha pasado el resto de la velada preguntándonos a todos si estábamos sudando. "No." "Sí, sí que lo está", decía, y le secaba a uno la cara con la esponja. "Si quiere darme una auténtica alegría, tiene que caerse al suelo cuando le dispare", me ha dicho, y luego se ha ido a disparar a todo el mundo. De tanto en tanto tocaba el silbato.

Han bailado los lanceros con Anton, y Anton, que bailando eclipsa al mismísimo ballet ruso, no ha parado de pedir disculpas por no hacerlo lo suficientemente bien. Ponting ha dado una charla con las diapositivas que ha hecho desde que llegamos, muchas de ellas coloreadas por Meares. Cuando salía una de estas, alguno de nosotros preguntaba en voz alta: "¿Quién ha coloreado eso?" Y otro exclamaba: "Meares". Y entonces se armaba un alboroto de cuidado, y a Ponting le era imposible seguir hablando. Hemos tomado ponche de leche, y entonces Scott ha brindado por los miembros de la expedición del este, y Clissold, el cocinero, por la "buena leche de toda la vida". Luego Titus ha disparado la bolita de su pistola. "Se la he tirado al cerúleo... ¿Cómo lo dice Homero? El cerúleo azur. Es decir: al Erebus." Cuando hemos ido a acostarnos, me ha preguntado: "Cherry, ¿es usted responsable de sus actos?" Y cuando le he dicho que sí, ha tocado el silbato con fuerza; lo último que recuerdo es que ha despertado a Meares para preguntarle si era libre como el viento.

Ha sido una juerga fenomenal.


Cuando buscó hombres excepcionales, Scott pudo elegir entre 8.000 voluntarios. Conseguir dinero fue bastante más difícil: tuvo que seguir trabajando incluso en Suráfrica, Australia y Nueva Zelanda, mientras el Terra Nova ya viajaba al sur.

Un episodio tan inocente como este me impresiona por muchas razones. Porque demuestra que los grandes hombres son, en realidad, sencillos. Que los adultos más fuertes, o más poderosos, o más influyentes, no son más que el niño que llevan dentro, cubierto con una capa de músculos. Que en muchos casos, más que la llegada, es el viaje lo que pasa a la historia. Que las grandes metas se consiguen, sobre todo, por tener corazón.

Y que los grandes hombres son mucho más fáciles de encontrar que el dinero, por la sencilla razón de que no se venden.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encantan las historias donde los grandes hombres son superados en tamaño por su corazón.

Y es que no podemos evitar ser quien somos ni en situaciones extremas.
Alguien le había preguntado a Picasso que qué haría si lo encerrasen en la cárcel. Contestó que pintaría en la pared con su propia mierda.
Puedo sacar dos cosas, que Picasso era un artista como la copa de un pino y que incluso entre barrotes seguiría haciendo lo que necesitaba: crear. O por el contrario, que de todas formas la pintura de Picasso siempre es una mierda.
Mañana tengo examen de s. XX, perdón por relacionarlo todo con ello...:).
Aún así,Picasso mola.

Un beso Chuti, y, de nuevo, perdón por el desvarío, son muchas horas de estudio...