Texto en español ¿Desmantelando la Universidad?

Estamos en una época de reformas universitarias, como es sabido. Y así sea sólo como ejercicio, o como intuición, me pregunto hasta qué punto hay alguna motivación inconfesable. No sé si fue primero el huevo o la gallina, no sé si Bolonia surgió para desmantelar (un poquito) la Universidad o si aprovechando Bolonia hay quien quiere matar dos pájaros de un tiro y desmantelar (un poquito) la Universidad. Así que voy a soltar aquí mi teoría conspirativa. Esto entra en el apartado de "llocaes" del blog, que para eso está.

Las universidades, como institución, tienen ya unos cientos de años. Y desde hace mucho tienen un estatus un tanto autónomo. Cosa que es a la vez buena (el saber, independiente del poder político) y mala (se pueden acabar convirtiendo en el cortijo de unos pocos).

Por otra parte, tradicionalmente los conocimientos superiores no han estado al alcance de todos. Había que ser de alguna elite para acceder a ellos; y viceversa, si uno conseguía acceder a ellos pasaba también a formar parte de una elite, quizás distinta. La Universidad, en lo profesional, era un árbitro importantísimo, que garantizaba (es un suponer) ciertos conocimientos y solvencia intelectual y deontológica, y no se vendía fácilmente. Digamos que por varias razones la Universidad podía considerarse uno de los (pocos) contrapesos del poder, un trocito del pastel que podía estar en otras manos.

En las últimas décadas estudiar en la universidad española se ha puesto al alcance de mucha más gente. Quien realmente quiera (casi), puede intentarlo. Creo que eso es bueno, pero se ha ido combinando con ciertas tendencias perniciosas, resultado quizá de la ola neoliberal en la que vivimos, que desregula y regula lo que le interesa. Y así aparecen algunas novedades un tanto curiosas:

- Pedir cuentas a la Universidad con criterios empresariales de rentabilidad o "productividad" a corto plazo: cada suspenso se considera un fracaso (no importa cuán justificado esté).

- Promover, en consonancia con lo anterior, modelos de evaluación que, si bien didácticamente son defendibles y apropiados pero requieren muchos más recursos de profesorado y una gran inversión en calidad, cuando se aplican sin tales recursos o inversiones tienden a generar titulados que no aceptan la presión, o tasas de aprobados irreales. Lo cual va en detrimento de la valía y del prestigio de dichos titulados.

- Propagar la idea no ya de que la universidad no debe olvidarse de la empresa (eso es correcto), sino de que directamente son las empresas las que deben marcar qué conocimientos imparten las universidades y qué líneas de investigación se siguen.

- Promover un modelo de educación que resta importancia a las clases presenciales en favor del trabajo del alumno. Esto es, en teoría, muy bueno. Pero las horas de clase son el único aspecto directamente medido del trabajo de un profesor, y si estas disminuyen, veremos cómo hay quien infiere inmediatamente que toca reducir el número de profesores. (Poco importa que, desde un punto de vista docente, a más trabajo autónomo del alumno se requieran más profesores.)

- Promover una abundancia de universidades públicas y, sobre todo, privadas, que compiten entre sí con los criterios miopes descritos previamente (¿regalando títulos, quizás?) y desvirtúan el valor de la titulación universitaria. Se sustituye el concepto de servicio público por el de competencia empresarial entre universidades.

- Someter a las universidades políticamente cuando hay ocasión (en Asturias hemos visto peleas de gallos en los periódicos, entre el Presidente del Principado y el Rector, a cuenta de los presupuestos, y recientemente otra vez a cuenta del nombramiento del presidente del Consejo Social).

- Difundir la idea de que los títulos universitarios son equivalentes, o casi, a los de formación profesional.

- Revolver la cuestión de los colegios profesionales y las atribuciones, poniendo en duda el valor de las titulaciones precedentes, planteando que los titulados vuelvan a pasar por la Universidad (y por caja, claro) para revalidar sus títulos, dividiendo, agrupando o desdibujando titulaciones en el proceso, dependiendo de a quién interese debilitar, y siempre dejando entrever claras ganas de desregular el ejercicio profesional. (Lo que al final es otra manera de quitar peso al título).

- Hiper-regular, en cambio, el nombramiento de profesores por las universidades mediante mecanismos de habilitación y acreditación, cuya cara es vigilar la calidad y evitar la endogamia (sólo supuestamente, porque ambas cosas son falsas en la práctica), pero cuya cruz es restar autonomía a las universidades.

- Aplicar el mismo "desdibujado" a los planes de estudio, yendo a grados generalistas e incluso creando catálogos de titulaciones "abiertos" en los que, sin embargo, se pretende incluir ingenierías como la informática.

- Eliminar los tratamientos protocolarios a las autoridades universitarias. Un detalle formal y aparentemente poco importante, pero... ¿revelador? Antes, un director de centro o departamento era ilustrísimo señor, un vicerrector excelentísimo señor, y un rector excelentísimo señor rector magnífico. Desde este año, todos son simplemente "señor", y el rector conserva el "magnífico".

Son detalles. Quizás no tengan nada que ver entre sí, o quizás todos ellos sean fruto de la buena fe. O quizás no sean tan inocentes. Pero es mi opinión que si estas tendencias continuasen y se acentuasen podríamos estar viendo el final de la institución universitaria tal como la conocemos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Si todos en la universidad fuesen como lo eres tu. La asistencia a clase aumentaría y el número de aprobados(como es directamente proporcional a la asistencia) también aumentaría.
Un saludo.

Fer dijo...

Me gusta tu análisis, aunque algunas cosas no acabe de verlas del todo claras (por desconocimiento no porque opine lo contrario).

Sólo quisiera que, si el estado es intervencionista en cuanto a cómo deben salir los titulados de una Universidad (fuerzan los aprobados) deberían responder ante la sociedad cuando no cumplan ¿no?

Vamos que si una empresa contrata a un tío que aprobó la asignatura X que supuestamente le da conocimientos en cómo usar un gestor de bases de datos determinados y el chaval no cumple... ¿el estado se lava las manos?

Es más, ¿el chaval no tiene derecho a denunciar a la Universidad por estafa? :-P

Guti dijo...

Elhefe: gracias por tu confianza, pero no lo tengo yo tan claro en la parte que me toca :-) Yo di clases de teoría varios años, y mi tasa de abandono fue muy, muy notable (y vive Dios que hice lo posible por atraer a la gente a clase). Y este año sólo he dado un grupo de laboratorio, pero la tasa de abandono fue igualmente grande, y el fracaso en el examen también. Sí que estoy de acuerdo en que con más asistencia habría mejores resultados. Pero ¿quién sabe?

Esfer: claro que el Estado responde ante la sociedad... indirectamente, a través de ese servicio público que en teoría (y en la ley) es la Universidad. Es decir: si la formación no es buena, la sociedad castiga con su descrédito a la Universidad. Con lo cual... algunos están consiguiendo lo que querían (según mi teoría conspirativa): restarle poder.

Respecto al chaval, no creo en la relación directa entre la incompetencia y la estafa del educador. Creo que es el chaval el responsable de sus actos. La Universidad certifica lo que puede certificar, pero de ninguna manera el desempeño futuro del alumno... Una etiqueta de control de calidad en un producto ofrece cierto nivel de garantía, no ofrece una garantía total sobre el artículo concreto que tienes en las manos.

Rochgs dijo...

«Creo que es el chaval el responsable de sus actos.»

Siguiendo esa regla, la docencia universitaria podría tender a nula y el responsable seguiría siendo el alumno ¿No?

Guti dijo...

Siguiendo esa regla, la docencia universitaria podría tender a nula y el responsable seguiría siendo el alumno ¿No?

No. La Universidad sería responsable de dar mala formación, pero el chaval sería 100% responsable de sus actos de todas formas.

Y la mala formación no se infiere simplemente de que un titulado haga una pifia. En todo caso, habría que ver qué pifia, por qué, cómo, cuándo... y entonces repartir responsabilidades. Pero cada cual sigue siendo responsable de sus actos, así, como regla general.