Rescates
Un montañero va y decide subir al Latok II, pongamos por caso. Es algo peligroso de por sí. Pero es su vida, y quizás incluso su medio de vida. Sube, sufre un accidente y queda aislado.
Yo veo lógico que las autoridades hagan lo posible por ayudarlo y bajarlo de allí. Que no se repare en gastos. Y habrá gente que intente subir, y helicópteros que luchen contra la ventisca.
Eso sí; ni todos los helicópteros del mundo pueden garantizar el rescate. Hay cosas que un helicóptero (o la aviación, en general) no puede hacer. Hay cosas que ni los mejores montañeros pueden hacer. Y, como trágico ejemplo, así se quedó, con gran dolor de corazón, Óscar Pérez a 6.300 metros de altura, en el Latok II, en agosto pasado.
Seguro que en la operación de rescate había opiniones diversas, cosas mejorables, inconvenientes y frustraciones. Pero no hubo una mala palabra de nadie. Es más; todo fracasó, hubo que dejar allí al pobre Óscar, y sin embargo los implicados tuvieron muchas, muchas palabras de agradecimiento para todo el mundo, en todos los idiomas.
Simpaticé con Óscar, con sus compañeros, con el equipo de rescate, con sus familiares, con su grupo de montaña. Con su preocupación, su impaciencia, su dolor. No se me ocurrió pensar en culpas, ni repartir culpas, y mucho menos culpar a Óscar, aunque la decisión de subir hubiera sido suya.
Pero si la familia de Óscar se hubiera lanzado a despotricar contra todo bicho viviente, sin atender a razones, criticando por vagos e ineficaces a quienes seguramente están haciendo todo lo que se puede hacer en la montaña, como si la obligación de un gobierno fuera garantizar al cien por cien la seguridad de cualquiera a quien se le ocurra subir a un monte paquistaní de más de 6.000 m, y la decisión de subir fuera de Oscar pero la culpa de su accidente fuera de cualquiera menos de Óscar, entonces no simpatizaría tanto. Más bien me cansaría un poco la tontería, ya.
Y eso es exactamente lo que me pasa con el caso del Alakrana. Con el agravante de que Óscar sufrió un accidente, pero lo del Alakrana es una imprudencia temeraria y negligente.
Tenemos un barco, cuyo armador y tripulantes deciden ejercer una actividad estrictamente privada en un sitio decidido por ellos. Resulta que consiguen, además, un privilegio: cierto grado de protección de esa actividad en una zona del mar del tamaño de media España, en una ubicación establecida por los propios armadores pero vigilada con cargo a fondos públicos. Hay precedentes muy claros de que la cosa va en serio. Ni siquiera sirvió ver pelar las barbas del vecino. Los del Alakrana deciden, aun así, pescar muy lejos de esa zona. Y se entra en una situación que NUNCA tiene un buen final: un secuestro.
Y me estoy cansando de ciertas actitudes, y de las sandeces que estoy teniendo que oír.
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