Consumimos mentira y nos da igual
Creo que ya he escrito más de una vez sobre esto, pero es un fenómeno que me tiene sorprendido y preocupado a partes iguales, y tanto que tengo que volver a escribir o reviento: nos hemos acostumbrado a la mentira. No nos escandaliza; la consumimos. Herman Hesse hablaba de la época folletinesca para referirse a un período de trivialidad generalizada, de despreocupada evasión ante los problemas. Pero creo que hoy se quedaría sin palabras.
Siempre ha habido ficción. El teatro empezó en Grecia con un coro que hacía música; todo el mundo identificaba perfectamente a los músicos. Luego, algún miembro del coro empezó a intervenir hablando y dando réplicas, y poco a poco ese papel se multiplicó y creció en importancia hasta llegar al teatro que conocemos. Y ahí ha estado el teatro durante milenios. Pero todo el mundo sabe perfectamente quiénes son los actores, y entiende el funcionamiento de un escenario.
En literatura hace también mucho tiempo que existe la ficción. Las historias mitológicas podían fundirse con la realidad, y hoy en día hay formas de mitología vigentes; pero por lo general, fuera de esos reductos específicos, la ficción no daña nuestra percepción de la realidad. Cervantes ya ironizó sobre ello hace siglos. La ficción puede hacer daño porque hay gente que cree que la realidad es como esa ficción; hay gente que cree que todo el mundo es homosexual o promiscuo o pintoresco como en una película de Almodóvar, por ejemplo. Pero aun el más crédulo sabe que la película en sí es ficción. No confunde "Átame" con un documental, ni cree que a Victoria Abril la hayan secuestrado.
La ciencia-ficción puede parecer más engañosa; al fin y al cabo, se trata de ficción apoyada en principios científicos. Exige del lector un "mirar hacia otro lado", una "suspensión de la incredulidad", para aceptar datos desconocidos o directamente falsos, necesarios para sustentar la historia. Pero el lector es consciente de ese ejercicio. De hecho, una obra de ciencia ficción no puede abusar de ese recurso, porque entonces el público la considerará mal resuelta. La ficción está presente de manera tan clara y sin tapujos como la ciencia.
El ilusionismo también discurre por cauces racionales. Uno sabe que el divertimento consiste precisamente en que lo engañen. Sabe que hay truco, y admira la habilidad, y disfruta de la fantasía aunque no pueda explicarla. Pero el que tiene delante es un mago o ilusionista, y es consciente de ello. No intenta partirse en casa con un serrucho.
Luego llegó la fiebre del reality show. Se supone que es un programa en el que, en vez de mostrar ficción, se exhibe gente dispuesta a dejar que se invada su realidad íntima. Lo que tenían de obsceno, y por tanto de interesante, era enseñar cosas que no solían enseñarse (esa es la etimología de obsceno, también de origen griego: fuera de la escena, o algo así).
En general, fuera de esos supuestos más o menos artísticos, la mentira, el intentar hacer pasar por realidad algo que es ficción, provoca una quiebra grave de confianza. Si a uno lo engañan, se resiente, pide cuentas, rompe relaciones, denuncia. El que miente sabe que, en principio, debe evitar que lo pillen, porque si lo pillan, probablemente lo pague.
Pero sorprendentemente eso ha dejado de ser cierto. Y no consigo explicarlo. A no ser que vivamos en una época folletinesca, pero tan folletinesca, con tal necesidad de evadirnos y mirar para otro lado, que aceptemos incluso una ruptura de la separación entre ficción y realidad. Como si aceptáramos que nos engañen pésimamente, como si aceptáramos un ilusionista al que se le ven todos los trucos. Tan bajo ponemos el listón.
En Telecinco (cómo no) hay uno de esos concursos deleznables, que supongo que pretenden atraer a cierto tipo de público mediante sensiblería lacrimógena, a otro sector con romanticismo barato de treceañera chiflada y a otro con tías buenas (diría también tíos buenos por equilibrar, pero es que no lo veo claro). Es a la televisión lo mismo que las harinas animales para los herbívoros: puro proceso fisiológico, que funciona a corto plazo para lo que se pretende, aunque tenga consecuencias nefastas para la salud. Pero lo peor de ese programa no es eso. Sería hediondo si fuera real, pero es que encima es mentira. Venden como real lo que es -estoy convencido- mal teatro.
En ese concurso, un tipejo elige novia de una especie de plantel de golfas y/o tontas. El día de gloria era, cómo no, el momento en que el chavalín eligiera hembra. Supongo que lo vio mucha gente. Momento súper romántico, y tal y cual. Creo que ese momento ya era falso, porque al parecer se sabía ya a quién iba a elegir el chico.
Yo voy más allá: no creo que elija él. Creo que todo eso estará reflejado en el contrato correspondiente.
Pero resulta que a los pocos días salta la tremenda noticia de que esa chica tan modosita y mona le ha puesto los cuernos al prota con... un ex-concursante de Gran Hermano.
Y mi madre, una persona inteligente, se indigna. Porque la chica le ponga los cuernos al bueno de Efrén (que así se llama el maromo).
Y yo me pregunto: ¿es creíble que en televisión tengan montada esa especie de prostíbulo (bueno, supongo que es una metáfora aceptable para un casting en el que un tipo elige con quién se acuesta) y realmente esperen a ese momento para enterarse de qué elige el tipo? ¿Es posible que se dé la casualidad de que a las pocas horas, antes de que se enfríe el clamor popular, la tía que ha estado semanas y semanas luchando a brazo partido por convertirse en la favorita del sultán se canse de su luna de miel y se líe con otro? ¿Es creíble que, oh casualidad de las casualidades, ese tipo sea uno de Gran Hermano, con toda la gente que anda por el mundo? ¿No hay ahí una premeditación y una planificación mucho más evidentes y burdas que en el más prescindible culebrón? ¿No se nota cómo intentan mantener el interés y rentabilizar lo invertido con la secuela, una vez que pasó el momentazo de la elección?
Podría tomarse como una ficción inocente, como una forma barata de teatro. Pero hay una gran diferencia: no se supone que sea mentira. No nos presentan a las hetairas y los reyezuelos como actores que cuando acaba la jornada recogen los aplausos y se van a casa. Los presentadores no hablan de su trabajo como un trabajo de ficción, y los entrevistadores que los interrogan en un programa y otro no actúan como si interrogaran al actor que ya se ha desmaquillado y duchado para preguntarle qué tal fue la representación. Todo el mundo hace como si fuera cierto. Y casi todo el mundo se lo cree. Y nadie tiene interés en averiguar si es auténtico lo que ve, pero cuando se averigua que no lo es (rara vez), a la gente le da igual; no dan la espalda a este tipo de programas. Los protagonistas no tienen que esconderse avergonzados (salen en la tele y hablan del montaje, del posado, y de lo que cobraron). Nadie tiene que dimitir. Es como si todos los partidos de fútbol fuesen amañados y a nadie le importara.
Y de verdad que creo que todo esto es algo terrible. Muy peligroso. Y tristemente se ha convertido en una seña de identidad de la sociedad de este siglo.
3 comentarios:
Guti, me acaba de dar por mirar el segundo enlace que colocaste y no creo que pueda dormir esta noche del susto. Al margen, creo que te equivocas, que no es teatro. Es puro circo donde se suelta a los monos que pretenden hacer de actores. Lo peor de todo es que se convierte al espectador en un mono más que cree vivir en un mundo de monos espectacular. Por eso es bueno "engancharse a alguna serie" o leer libros, porque dedicas tiempo a no ver monos ;-)
Tienes muchísima razón con lo de los monos... viene a ser una forma de circo en la que el espectador es tan mono como el que más. Pero sigo viendo esa diferencia: la gente no sabe que está en el circo, ni haciendo el mono. Se lo cree...
Respecto al enlace al tipo ese, ya ves, es cierto: ese es el figurín por el que se pelean las muchachas, ese es el que pasa por guapo y apetecible. Yo no entiendo mucho de esto (de belleza masculina, digo) pero un tipo que podría ser una persona de lo más respetable y atractiva y simpática, si se presenta como lo súpermásdelomás... el efecto puede ser contraproducente.
Desconozco la mecánica del concurso, pero supongo que a la elegida le darán pasta o algo así. Es la única explicación. Pero entonces la prostitución casi me parece más respetable (al menos no se engaña a nadie).
Buf, no te ruques más: son todos actores. O eso espero, porque algún día que coincidí dos minutos encendida la tele en uno de esos programas de por la tarde y vi aquello... La realidad supera con creces a la ficción pero, de verdad que espero que sean actores, porque me daba vergüenza ajena.
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