Cuestión de principios
Respecto a la coherencia personal, hay un dilema en el que pocas veces reparamos.
Por un lado, resulta habitual echar en cara a alguien que cambie de opinión. Si un político, en el curso de una discusión, puede echar mano del "No decía Vd. lo mismo en 1986, cuando..." habrá ganado un minipunto. Es más, a quien cambia de opinión con frecuencia le llamamos chaquetero. Según este punto de vista, quien se mantiene en sus trece con el paso del tiempo es alguien coherente, honrado, consecuente consigo mismo.
Por otro lado, nos saca de quicio que nuestro interlocutor no sea capaz de dar el brazo a torcer. Al fin y al cabo, la libertad de equivocarse es un elemento fundamental del aprendizaje, y no culpamos a quien se equivoca, sino a quien no aprende de ello o no rectifica. No podemos entender que una persona sea tan dogmática como para no querer ver lo que tiende delante (que se había equivocado) y cambiar, pues, de opinión.
¿Cómo resolver esto? Quien cambia de opinión con facilidad, ¿es un chaquetero, o alguien que aprende y razona con la debida humildad? Quien no se mueve ni un ápice, ¿es alguien coherente y en quien se puede confiar, o un testarudo que no ve (que no quiere ver) más allá de sus narices? Siempre me ha parecido un problema de difícil solución: saber si en un momento dado debo culpar a alguien o no por un cambio de actitud.
Es clásica la cínica frase de Groucho Marx:
Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.
Pero hace unos días he leído a alguien con mucha más experiencia que yo (aunque no me atrevo a decir que más respetable que Groucho) disertando sobre esta cuestión:
Gracias a él [Ricci], que cumplía con los principios pero apenas se cuidaba de las ideologías, aprendí a madurar ese distanciamiento de las ideas que siempre me ha permitido manejarlas con desenvoltura. Porque los principios permanecen, las ideas cambian. Cambian con los hombres, a los que se les dan en arriendo. He aprendido a reservar el compromiso de la coherencia tan sólo para los valores fundamentales en los que un hombre debe inspirar su conducta: el deber de la honradez, de la sinceridad, de la valentía, de la responsabilidad. Pero en el campo de las ideas han sido precisamente la honradez, la sinceridad y la valentía las que me han obligado a cambiarlas cada vez que me he encontrado frente a la evidencia de su engaño, o del mío.
Indro Montanelli - Memorias de un periodista (recogidas por Tiziana Abato)
Es decir, que se puede cambiar de ideas... por una cuestión de principios. No está mal.
4 comentarios:
En el tema político (y en todos en general) creo que más que posturas son conveniencias. Es decir, el político tal puede pensar fríamente que tal cosa no es justa, pero en tanto en ese momento le conviene, puede presentarla como su opción y su postura. Un tiempo más tarde, ese tema puede que no le convenga, y entonces será cuando "milagrosamente", tan un proceso de evolución personal, cambie de parecer y defienda lo contrario.
O a la inversa.
Vamos, que no partamos de la máxima de que la gente actúa conforme piensa y piensa conforme actúa, son dos planos diferentes.
La fórmula sería más bien así: pienso -soy- tal, estoy en cual, luego hago pascual.
Muy de acuerdo. Pufff, políticos... Hay quien dice aquello de "la política es el arte de lo posible". Es un eufemismo como una casa... Tu última frase es una manera muy clara de decirlo, tanto como la de Groucho.
Yo no comparto esa visión de los políticos. En mi carrera como tal he encontrado algunos de los peores --no lo dudéis-- y he tenido el honor de ser acompañado por algunas de las personas más dignas que he conocido.
Y en mi caso, los argumentos del prójimo o de la realidad me han hecho cambiar numerosas veces de opinión. De lo cual no me avergüenzo en absoluto.
Me gusta eso de cambian las ideas pero no los principios :)
Respecto a los políticos, debo aclarar que tengo una teoría: creo que la política (el poder, al fin y al cabo) es más corrupta cuanto más "arriba" se desarrolla. Desde luego que al nivel al que creo que te has movido tú hay gente completamente honrada, sin doblez alguna.
Pero si hablamos de los políticos que se pelean por millones de votos en elecciones generales o autonómicas, y salen hablando en los periódicos... puffff... la cuestión se vuelve más peliaguda.
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