Emilio Ruiz del Río
En diciembre de 1973, iba a comenzar un juicio contra los dirigentes del sindicato Comisiones Obreras. Minutos antes, el presidente del Gobierno, Carrero Blanco, era asesinado por ETA; con una sincronización fatalmente perfecta, detonaban una carga explosiva debajo de la carretera, justo por donde pasaba el coche. Este voló por encima de un edificio, cayendo al patio. Es muy posible que hayas visto más de una vez las imágenes.
Pero evidentemente no hay imágenes de ese atentado; en realidad es una escena de la película "Operación Ogro".
Esas imágenes han acabado por ser la realidad misma, porque están en todos los documentales sobre el tema. Pero no, no son reales, no hubo que hacer explotar otros 100 kg de Goma 2 ni hacer volar un coche. Esto es obra de Emilio Ruiz del Río.
Ayer por la noche, la televisión pública española cumplió su función, y emitió una película documental: "Emilio Ruiz del Río, el último truco". Ahí se podía ver trabajar a un tipo absolutamente excepcional. Si has visto Dune, por poner un ejemplo, te ha engañado constantemente. Te ha colado la escalinata de un campo de fútbol mejicano como la entrada de una fortificación, pero eso es lo mínimo que te ha hecho. Y así en otros cientos de películas.
Si Steven Spielberg necesita una ciudad medieval con diez mil personas vociferando, agarra tropecientos millones de dólares y manda construir unos decorados descomunales, edificar unas almenas de treinta metros, y luego contrata a un estudio de animación y gasta otra millonada en efectos digitales, quizás también encargue unas maquetas increíbles y completísimas y carísimas, y luego gastará unos meses en juntarlo todo en la sala de montaje. Pero podría conseguir lo mismo dándole a Emilio un par de días, unas chapas de aluminio, unos cristales, unos tarros de pintura y un pincel. Ah, y todo se rodaría en directo, sin edición posterior; pero nosotros a quien admiramos es a Spielberg. Nos chiflan los efectos digitales de Gladiator, y este tipo te crea un coliseo lleno de una multitud que se mueve y aplaude, sin postproducción ninguna, por cuatro duros. Hay que verlo para creerlo.
Yo no sabía nada de esto, y ayer, viendo el documental, me quedé con la boca abierta. No, no es sólo que el tipo haga maquetitas, que también. Es mucho más. Es que si tiene que tapar una sombra que está a cien metros de él, pinta encima y la tapa en diez minutos. Y si tiene que poner una flota de cien barcos en el agua, el tío va y la pone, y los barcos se mueven. Gracias a él se puede rodar perfectamente una entrada en barco en Nueva York, con su estatua de la Libertad, y sus rascacielos... pero en Gijón. Si colocas sus artilugios donde él dice, los actores se mueven por donde él dice, y sobre todo, lo ruedas exactamente a la hora que él dice, aquello será Nueva York con todas sus consecuencias.
Un verdadero genio, un pintor excepcional, pero maestro de un arte que es aún más que pintura y aún más que cine. Un arte (es decir, una forma de contar historias) que tristemente puede perderse.
Por cierto, ahora vendrá quien diga que la realidad es aburrida, que hacen falta payasos fingidores como los de Gran Hermano o Sálvame para que la gente vea la televisión. O periodistas que crean que si ellos no salen en todos los planos el programa será aburrido. Pero la realidad es mucho más interesante de lo que estos zoquetes creen. Y ayer, como digo, la televisión sirvió para algo.
Emilio ya ganó tres Goyas antes de morir, y además Sigfrid Monleón ya ha dicho todo lo que había que decir (no te pierdas los enlaces), pero por si sirve de algo, yo me quito el sombrero. Y por aportar algo, anoto aquí una frase suya del documental, que merece la pena que pase a la historia:
[Las montañas ya las he tallado yo,] porque es mejor ponerse y... hacerlo.
1 comentario:
Impresionante. Gracias por el aporte, no conocía a este hombre y ha sido todo un descubrimiento.
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